[El Sol sale por el Oeste][Cantarrana Club][25/07/2016]
[00] Os voy a contar una historia en la que se mezcla la arqueología, la naturaleza, el arte sublime y los espíritus inquietos. Y la música claro. Cósmica, llegada del espacio, por cierto.
En el centro de Extremadura, en el mismísimo epicentro espiritual de nuestro amado territorio, y en la falda de una montaña que llaman Sierra del Centinela (qué hermoso nombre para una montaña, por cierto), se encuentra un lugar mágico, exquisito. Un portal al mundo de la belleza, al universo de los callados. Un lugar de poder. En ese paraje hubo, según cuentan los hombres de los libros, un antiguo santuario lusitano en el que veneraban a la diosa Ataecina, luego se convirtió en un núcleo monástico y terminó acogiendo a peregrinos y romeros cada 13 de diciembre.
[01] Cuentan los iniciados que las noches de luna, y en pequeños grupos, hay gente que se acerca a este lugar en silencio, sin molestar, sin despertar a las lechuzas, sin destruir el patrimonio, sin romper la quietud que sólo quebrantan los grillos que recorren los bosques cercanos.
¿Y a qué van?
Van a avistar ovnis. Pero sobre todo, acuden a la búsqueda del navegador interestelar.
→ Suena: Over the City. Zíclope – Scud Hero. Rayser. 2009.
[02] No hay constancia escrita ni visual de que el navegador haya visitado alguna vez este hermoso rincón planetario.
Pero a buen seguro desde su nave ha divisado en alguna ocasión un punto de luz resplandeciente y unos ojos brillando observando sus movimientos aparentemente confusos. Como desorientado.
Acá abajo, a los pies del Centinela, el agua da vida a un tapiz verde y del color de la piedra, y en temporada puedes probar sus riquísimas naranjas.
Y si entras, al atardecer, eso sí, cuando Miguel te abre las puertas, encontrarás los ecos de antiguos ritos arrianos y visigodos, y un ábside de tres caras, y las huellas escritas de dedicatorias a los dioses. Y las cuatros hendiduras en las que reposaban las patitas de la cabra que simbolizaba a Ataecina, una de nuestras primeras diosas.
Allá arriba, en los espacios siderales, a veces el cielo se viste de verde. Y en la nave que acompaña a nuestro navegador viaja alguien que siempre tomas píldoras de colores y no teme andar por el filo de la navaja. Y se pregunta a menudo quién es y no encuentra la forma de volver a casa. Y de nuevo vuelve una y otra vez a andar por el borde del abismo. A la velocidad de un rayo, eso sí.
Si Ridley Scott hubiera conocido esta canción, la hubiera incluido en alguno de los diálogos mórbidos de su Blade Runner, con permiso de Vangelis, claro. Melancólico.
El acompañante atiende al apodo de Míster Green.
[03] Cuentan también que hace algunos años, este lugar, esta estación de hermosura, fue morada y fonda de los que trazaban la Senda de los Bastardos. De aquellos contrabandistas que salían al amanecer desde Montánchez y que iban hasta Marvâo o a la Codosera tras pasar por Loriana o por los riscos de Alburquerque. Y paraban aquí a coger naranjas que llevarse a la boca.
Estos bastardos seguían los caminos de las estrellas. Y con ellas se orientaban. Como los antiguos magos de los libros sagrados, pero en pleno Oeste. Exploraban las sendas, escondían los tesoros de los curiosos de uniforme.
Incluso cuentan que miraban al cielo a ver si desde allí arriban los vigilaban. Pero todos sabemos que realmente deseaban convertirse en habitantes de esas estrellas que les guiaban. Como a los primeros cosmonautas.
Se postraban sobre la piedra de las cuatro hendiduras, la de las cuatro patas de la cabra de Ataecina, la diosa indígena, y retomaban el camino a casa, a la casa del aceite y el pan.
Nuestro navegador, mientras tanto, creó su propia flota interestelar. Scud Airlines. Y comenzó a transportar a bordo de sus naves a los espíritus intrépidos que encontraba desperdigados. A exploradores inquietos. Y también a buena parte de esos primeros cosmonautas. Dicen que alguno de ellos subió a la nave desde el techo de nuestro lugar sagrado, y que luego dibujaron su silueta en la estela del Casar, la que encontraron en la tapia del cementerio.
→ Suena: Explorers & Cosmonauts. Scud Hero. Scud AirLines. 2012.
[04] Cuentan también que no hace mucho nuestro navegador decidió volver a casa. Una vez más. Y aunque sus calles no estaban en la falda del Centinela, no andaban lejos en línea recta, siguiendo la Vía Láctea.
Y nuestro navegador bajó al Altozano. Y se desembarazó de la escafandra y del traje ignífugo, y se puso a tocar palmas. Se hizo hombre. Dejó su armadura robótica a un lado, el tridente-cayado del abuelo a otro, y amansó una guitarra de las de cuerdas de nylon. Donde habita el dolor.
Dicen que muy pronto volverá a embarcarse en la nave al mando de su flota a surcar los espacios siderales.
POS DATA 1:
Si has averiguado a qué lugar nos estamos refiriendo, no se lo digas a nadie. No nos gustaría ver Santa Lucía del Trampal lleno de frikis con teleobjetivos en busca de naves intergalácticas, como tampoco no gustaría ver horteras persiguiendo pokémons en las ruinas de Cáparra.
Si no hay más remedio, que lo hagan en silencio. Y que recuerden que las tortillas y las latas de cerveza no tienen lugar en un rincón tan delicado como Santa Lucía. Su biotipo es el de la belleza. Y que dejen a los grillos en paz. Ellos no lo saben, pero Miguel nos ha dicho que los grillos le están cantando nanas a la joven Ataecina que se ha desvelado. Así que no los destalantes.
POST DATA 2:
Sí, claro, el navegador interestelar atiende al apodo de Scud Hero. Su nombre es Javier Escudero. Y es una de las glorias musicales de nuestro patrimonio inmaterial. Una de las grandes estrellas de nuestro sistema planetario. Una supernova de nuestra galaxia. Es de Campanario. De la Serena, de la tierra que los árabes llamaron Al Asnam. Y a ella dedicó su último acto de devoción: It´S Pain. Donde habita el dolor.
En el centro de Extremadura, en el mismísimo epicentro espiritual de nuestro amado territorio, y en la falda de una montaña que llaman Sierra del Centinela (qué hermoso nombre para una montaña, por cierto), se encuentra un lugar mágico, exquisito. Un portal al mundo de la belleza, al universo de los callados. Un lugar de poder. En ese paraje hubo, según cuentan los hombres de los libros, un antiguo santuario lusitano en el que veneraban a la diosa Ataecina, luego se convirtió en un núcleo monástico y terminó acogiendo a peregrinos y romeros cada 13 de diciembre.
[01] Cuentan los iniciados que las noches de luna, y en pequeños grupos, hay gente que se acerca a este lugar en silencio, sin molestar, sin despertar a las lechuzas, sin destruir el patrimonio, sin romper la quietud que sólo quebrantan los grillos que recorren los bosques cercanos.
¿Y a qué van?
Van a avistar ovnis. Pero sobre todo, acuden a la búsqueda del navegador interestelar.
→ Suena: Over the City. Zíclope – Scud Hero. Rayser. 2009.
[02] No hay constancia escrita ni visual de que el navegador haya visitado alguna vez este hermoso rincón planetario.
Pero a buen seguro desde su nave ha divisado en alguna ocasión un punto de luz resplandeciente y unos ojos brillando observando sus movimientos aparentemente confusos. Como desorientado.
Acá abajo, a los pies del Centinela, el agua da vida a un tapiz verde y del color de la piedra, y en temporada puedes probar sus riquísimas naranjas.
Y si entras, al atardecer, eso sí, cuando Miguel te abre las puertas, encontrarás los ecos de antiguos ritos arrianos y visigodos, y un ábside de tres caras, y las huellas escritas de dedicatorias a los dioses. Y las cuatros hendiduras en las que reposaban las patitas de la cabra que simbolizaba a Ataecina, una de nuestras primeras diosas.
Allá arriba, en los espacios siderales, a veces el cielo se viste de verde. Y en la nave que acompaña a nuestro navegador viaja alguien que siempre tomas píldoras de colores y no teme andar por el filo de la navaja. Y se pregunta a menudo quién es y no encuentra la forma de volver a casa. Y de nuevo vuelve una y otra vez a andar por el borde del abismo. A la velocidad de un rayo, eso sí.
Si Ridley Scott hubiera conocido esta canción, la hubiera incluido en alguno de los diálogos mórbidos de su Blade Runner, con permiso de Vangelis, claro. Melancólico.
El acompañante atiende al apodo de Míster Green.
[03] Cuentan también que hace algunos años, este lugar, esta estación de hermosura, fue morada y fonda de los que trazaban la Senda de los Bastardos. De aquellos contrabandistas que salían al amanecer desde Montánchez y que iban hasta Marvâo o a la Codosera tras pasar por Loriana o por los riscos de Alburquerque. Y paraban aquí a coger naranjas que llevarse a la boca.
Estos bastardos seguían los caminos de las estrellas. Y con ellas se orientaban. Como los antiguos magos de los libros sagrados, pero en pleno Oeste. Exploraban las sendas, escondían los tesoros de los curiosos de uniforme.
Incluso cuentan que miraban al cielo a ver si desde allí arriban los vigilaban. Pero todos sabemos que realmente deseaban convertirse en habitantes de esas estrellas que les guiaban. Como a los primeros cosmonautas.
Se postraban sobre la piedra de las cuatro hendiduras, la de las cuatro patas de la cabra de Ataecina, la diosa indígena, y retomaban el camino a casa, a la casa del aceite y el pan.
Nuestro navegador, mientras tanto, creó su propia flota interestelar. Scud Airlines. Y comenzó a transportar a bordo de sus naves a los espíritus intrépidos que encontraba desperdigados. A exploradores inquietos. Y también a buena parte de esos primeros cosmonautas. Dicen que alguno de ellos subió a la nave desde el techo de nuestro lugar sagrado, y que luego dibujaron su silueta en la estela del Casar, la que encontraron en la tapia del cementerio.
→ Suena: Explorers & Cosmonauts. Scud Hero. Scud AirLines. 2012.
[04] Cuentan también que no hace mucho nuestro navegador decidió volver a casa. Una vez más. Y aunque sus calles no estaban en la falda del Centinela, no andaban lejos en línea recta, siguiendo la Vía Láctea.
Y nuestro navegador bajó al Altozano. Y se desembarazó de la escafandra y del traje ignífugo, y se puso a tocar palmas. Se hizo hombre. Dejó su armadura robótica a un lado, el tridente-cayado del abuelo a otro, y amansó una guitarra de las de cuerdas de nylon. Donde habita el dolor.
Dicen que muy pronto volverá a embarcarse en la nave al mando de su flota a surcar los espacios siderales.
POS DATA 1:
Si has averiguado a qué lugar nos estamos refiriendo, no se lo digas a nadie. No nos gustaría ver Santa Lucía del Trampal lleno de frikis con teleobjetivos en busca de naves intergalácticas, como tampoco no gustaría ver horteras persiguiendo pokémons en las ruinas de Cáparra.
Si no hay más remedio, que lo hagan en silencio. Y que recuerden que las tortillas y las latas de cerveza no tienen lugar en un rincón tan delicado como Santa Lucía. Su biotipo es el de la belleza. Y que dejen a los grillos en paz. Ellos no lo saben, pero Miguel nos ha dicho que los grillos le están cantando nanas a la joven Ataecina que se ha desvelado. Así que no los destalantes.
POST DATA 2:
Sí, claro, el navegador interestelar atiende al apodo de Scud Hero. Su nombre es Javier Escudero. Y es una de las glorias musicales de nuestro patrimonio inmaterial. Una de las grandes estrellas de nuestro sistema planetario. Una supernova de nuestra galaxia. Es de Campanario. De la Serena, de la tierra que los árabes llamaron Al Asnam. Y a ella dedicó su último acto de devoción: It´S Pain. Donde habita el dolor.
[PLAYLIST]